Dentro de esta vocación común, necesaria de todo hombre, cada cual es llamado a cumplir una misión estrictamente suya, una misión tan profundamente personal que, si él no la asume, la misión se quedará |
inevitablemente inédita. Esta misión es la de aportar, a la empresa común de humanización del mundo, sus capacidades, sus medios, su historia personal. Y no importa que esos talentos sean más o menos que los que entregan otros hombres; sólo importan que sean los suyos. La vocación de cada hombre singular es, pues, el requerimiento que cada cual recibe, desde su interioridad y desde su realidad concreta e histórica, para que aporte su unicidad personal a la vocación común de amar y de cultivar la vida y de construir un mundo humano. Este requerimiento vocacional no ocurre en un momento determinado, sino que está ocurriendo durante toda la vida del hombre. No se manifiesta tampoco en una sola y determinada exigencia específica, sino a través de una vasta serie de interpelaciones que le llegan al hombre desde puntos diversos de su realidad. Alguno podrá dar respuesta a su vocación permaneciendo toda su vida en el lugar en que nació. Otro se irá, tal vez, a una ciudad diferente de aquella en que nació o estará en varios lugares diferentes de su patria, siempre sirviéndola, entregando sus capacidades a la elevación de su pueblo. Otro, quizás, dejará en un momento su suelo natal y, siguiendo su vocación llegará a otro país, y tal vez a otro continente, y allí entregará su vida y sus talentos a la elevación de los niveles de humanidad del mundo. En todos los casos existía siempre el mismo proceso: un hombre, en la situación histórica en que se mueve, va recibiendo solicitaciones de generación de cuidado y de elevación de la vida. Va desarrollando sus capacidades en la relación social que lo solicita y va, con esas capacidades, configurando su aporte, su respuesta, a la solicitación que recibe. Por cierto que no siempre el hombre responde positivamente al requerimiento que se le hace. Puede rechazar abiertamente el servicio que se le demanda; o puede escamotear la respuesta adaptando el requerimiento a la debilidad de su responsabilidad hasta llegar a dar vuelta el signo de lo que se le ha pedido. Un hombre puede, por ejemplo, aceptar entrar en un plan de formación profesional en que está interesado su pueblo con el propósito de subir la calidad de su producción y puede, luego, en posesión de la profesión, hacerse a un lado de la responsabilidad que se le entregó o hacer uso de ella en su propio y particular beneficio. Alguno hasta podrá, tal vez utilizar los conocimientos que se le entregaron para promover la vida, con el propósito contrario de aniquilarla, como lo hicieron los médicos nazis que experimentaron técnicas de muerte en los prisioneros de los campos de concentración. La vocación no se cumple, pues, por el hecho de desempeñar alguien un puesto, una profesión, un oficio, una función o una actividad, aún si ésta tiene el nombre de actividad de servicio. Todas las acciones y desempeños humanos, los oficios, las profesiones, los puestos de trabajo, las actividades en el hogar, son sólo vehículos a través de las cuales puede tanto expresarse como quedarse inexpresado el cumplimiento de la vocación. La vocación se cumple sólo cuando la función, cargo u oficio en el que el hombre se desempeña está traspasado, iluminado, por el intento de elevar los niveles de humanidad de su mundo, cuando el propósito de lo que hace guarda la intencionalidad de abrir el paso a la vida de otros hombres. La implicancia vocacional. La vocación es una misión, una misión que implica necesariamente, una intencionalidad de promoción humana. La misión significa una implicancia, es decir, una atadura de la propia suerte a la suerte de otros hombres. La implicancia es tan real que no hay hombre que pueda encontrarse con su propia vida a menos que la aporte a la vida de otros; y nadie puede desarrollar su identidad y ser él mismo si no se ocupa de crear condiciones para que otros hombres puedan desarrollar la identidad de ellos. Por eso, cuando un hombre deserta de su vocación, aquellos cuyas vidas estaban implicadas con la suya pierden un apoyo que les era necesario. Y el propio desertor se queda como esos seres descritos en el prólogo de Demián de Hesse que son hombres de medio cuerpo arriba y el resto pez. Y la edificación del mundo humano se deteriora, retrocede. Cuando, por el contrario, un hombre asume su responsabilidad con las vidas humanas con las que está implicado, entonces no sólo ayuda a poner las bases para que otros lleguen a ser lo que tienen que ser, sino que, por esta acción misma, se abre camino a su propia liberación. Todavía más. Al asumir su parte en la liberación de otros y, con ello, también de sí mismo, está posibilitando la existencia de más identidad humana del mundo. Así que los hombres caminan, inevitablemente atados. Y por cada hombre que no asume su sitio en la promoción de la vida, se detiene, un momento, el trabajo de todos; y la conquista de una relación de plenitud se demora. Y por cada hombre que asume su puesto, el avance más se afirma. Todo ocurre como cuando alguien, mientras pasa la oscuridad, levanta una luz. No sólo se alumbra sobre sí mismo, sino que alumbra también a los demás y pone en el mundo una luz que antes no existía". |